Retrato Hablado

Creemos que esta foto-multigrafía fue tomada a Enrique Soro en Nueva York a comienzos de 1916. La técnica usada había sido inventada por James B. Shaw en Atlantic City, New Jersey, a principios de 1890, colocando al modelo entre dos espejos que forman un ángulo. Aunque se promocionó como un sistema que permitía vernos tal y cual nos ven los demás, terminó cayendo en desuso alrededor de 1955.
https://mashable.com/2017/07/01/photo-multigraphs/
La imagen bien podría titularse "Soro y sus otros" y ver en ella al compositor, al pianista, al director, al gestor musical y al hombre de carne y hueso.

Fragmento 01

Edad: 40 años; Estatura: 1.76 m; Cabello canoso; Ojos pardos; Nariz chica; Boca mediana; Barba, no usa; Cara redonda.

Ref. Pasaporte de 24 de julio de 1925, donde se indica: “Don Enrique Soro, delegado del Ministerio de Instrucción Pública a la Exposición Internacional de Bolivia”. Arch. FES.
Nota: Bolivia celebró los 100 años de la declaración de su Independencia en agosto de 1925.

Fragmento 02

Edad: 45 años Estatura: 1.74 m; Cabello castaño; Ojos pardos; Nariz regular; Boca regular; Barba, no usa; Cara ovalada; Color blanco.

Ref. Pasaporte del 23 agosto de 1929, donde se indica “Mr. Enrique Soro ancien directeur du Conservatoire Nationale de Musique et delegue du Chili au Tournoi de Musique Espagnol-Americain”. Arch. FES.
Nota: La Exposición Internacional de Barcelona tuvo lugar del 20 de mayo de 1929 al 15 de enero de 1930 en esta ciudad. Soro participó en ella y luego fue invitado al Pabellón de Chile de la Exposición Iberoamericana de Sevilla (9 de mayo 1929 al 21 junio 1930), donde ofreció conciertos para piano.

Fragmento 03

Lo recuerdo con el pelo canoso y crespo. Era macizo, pero no gordo y nunca lo vi hacer deportes, pero si bailar pícaras cuecas que tocaba la tía Isabel [su hermana menor] en guitarra. Muy ordenado y sistemático en sus gastos, era bueno para las matemáticas, tenía un buen concepto de los volúmenes y mucha rapidez para sacar cuentas. Muy formal para vestir, siempre de terno cruzado y corbata humita. Era poco bohemio.
Fue muy unido con tía Adriana [su esposa], era un matrimonio modelo.
Se reunía a hacer música sistemáticamente con mi abuela [Cristina Soro Barriga] en su casa de María Luisa Santander 0261 esquina Seminario en Santiago, los días jueves por la tarde. Hablaba varios idiomas: de niño había aprendido el francés de su madre Pilar; el italiano idioma de su padre Giuseppe lo hablaba con mi abuela [Cristina Soro Barriga] y mi madre [Cristina Baltra Soro]. Hablaba poco inglés. También había aprendido bastante latín en el Conservatorio de Milán. Los músicos de la Orquesta Sinfónica lo estimaban mucho y siempre se acercaban a saludarlo en los conciertos. Le gustaba que lo llamaran “maestro”.

Ref: De conversaciones con Elsa Gardeweg Baltra de K, sobrina nieta de Enrique Soro. Oct. 2010

Fragmento 04

Enrique Soro es de buena estatura, un poco encorvado, de aspecto amable y sencillo en el que campea la nobleza sentimental; habla lento, con reposo, y tiene uno que aguzar el oído para entenderle, porque es difícil escucharle las eses: el final de cada frase la termina casi en aire interrogativo, marcándose para cualquier sicólogo, la modestia natural del que descuella, porque la Naturaleza le ordenó ser elegido. Una cortesía exquisita revela su alma niña.

Ref. Diario El Universal Gráfico de México, 21 de julio de 1922. Manuel Sierra Magaña. Palabra de Soro, texto 32.

Fragmento 05

Joven, a pesar de algunas precoces arrugas y de unas hebras de plata que se descubren fácilmente entre su pelo negro y ondeado. Amable, con la amabilidad del hombre de mundo acostumbrado al trato de muchas y buenas gentes.

Ref. Diario El Sur de Concepción, 04 de febrero de 1924. Palabra de Soro, texto 35.

Fragmento 06

Enrique Soro nos recibe con esa afabilidad espontánea que le caracteriza, y se somete gustoso a nuestro interrogatorio.

Ref. Diario La Patria de Concepción, 12 de marzo de 1924. Palabra de Soro, texto 36.

Fragmento 07

Don Enrique Soro habla despacio y con lentitud, parece al conversar que estuviera ausente, sumido en sus recuerdos; de súbito se agita y ello sólo para alabar a un compatriota que triunfa en el extranjero o para decirnos como desenvuelven, triunfando, sus actividades, algunos músicos extranjeros. El músico debe aspirar a eso, pues si escribe, no lo hace para él, ni para el más allá, sino para que todos conozcan en sus notas el poema que ha creado en su mente.

Ref. El Diario Ilustrado de Santiago, jueves 09 de 1930. Palabra de Soro, texto 39.

Fragmento 08

En las cartas que me escribe tu mamá recibo siempre tus saludos cariñosos, correspondiendo así al cariño que te tiene tu papá. Espero que te portes muy bien y que sigas siempre tan estudiosa, pues debes conquistar el primer lugar de tu clase.
Si Dios le da vida a tu papá y pesetas, un día no lejano la traerá a conocer esta gran ciudad, pues nosotros tenemos sólo aldeas. ¿Te hace falta tu viejo regañón o no?
Pórtate muy bien y cuídame mucho a mi Teresita que le darás en mi nombre un abrazo bien apretado. Se despide tu papá que te quiere.

Ref. Carta de Enrique Soro a su hija adolescente Carmen desde Buenos Aires, 12 de octubre de 1938. Palabra de Soro, texto 42.

Fragmento 09

El joven maestro ha venido a buscar en los aires del terruño el descanso que la temporada de verano le brinda para las duras labores anuales de su cargo y ha sido grato precisar los contornos de su silueta por nuestras calles y por nuestros paseos.

Con llaneza sencilla y distinguida nos recibe el señor Soro. Luego de nuestras primeras palabras de saludo, la charla se desenvuelve viva y chispeante, salpicada de anécdotas y de recuerdos, mientras al lado de nuestro interlocutor, el piano parece insinuar una muda invitación. Lo vemos ya entusiasmado con el arte que constituye su pasión y aprovechamos la coyuntura para preguntarle sobre sus producciones recientes.

Ref. Diario El Sur de Concepción, 14 de febrero de 1922. Palabra de Soro, texto 29.

Fragmento 10

En esta morada sencilla habita el maestro, acompañado de sus dos hijas solteras y de su hijito menor de notable precocidad musical. La vida del artista gira entre sus hijos y su obra. Su esposa desaparecida, vive con real presencia en el recuerdo que permite presentirla en los ámbitos de la casa. Soro la nombra con afecto devoto e íntimo y enseña las fotos colocadas sobre el piano Bechstein que preside la sala, encima de consolas y mesas en los muros. La ausente que no está ausente baña el recinto con el fluido de su belleza y la bondad de su mirada.
A la vista, celosamente guardadas tiene el maestro Soro algunas prendas que le enorgullecen. Por ejemplo, en una esquela, Busch escribió que de haber tenido un hijo le habría señalado como profesor a Enrique Soro, y el gran Kleiber estampa su opinión acerca de don Enrique denominándolo “el Verdi chileno”.
Era yo un niño, muy niño – me cuenta -, cuando en la bahía de Talcahuano mi madre me despachó como un bulto en un barco que iba a París. Ella hizo los trámites de la beca en Europa mientras yo estudiaba en el Seminario de Concepción.
El único equipaje con que entré en la Ciudad Luz era una maletita de cartón, así de chica… Yo no conocía a nadie en ese mundo inmenso. Otro chico se habría puesto a llorar. Yo también estuve a punto de hacerlo, pero saqué valor de la gravedad misma del momento. Como pudiera hacerlo el más avezado de los viajeros, tomé un coche y di al conductor las señas de un hospedaje que llevaba anotadas en un papelucho.
Una de mis impresiones perdurables la tuve cuando supe la muerte de Verdi, a quien admiraba desde que tuve la primera noción de música. Errando calles llegué hasta la morada del gran maestro. Me abrí paso entre la multitud apretujada en las aceras e invocando la deferencia con que Verdi me había acogido, penetré a la alcoba donde el artista exhalaba su último suspiro. Sobrecogido de angustia, contemplé la noble expresión del maestro venerado. De súbito chocaron mis ojos con un pequeño lápiz junto a una partitura inconclusa. Nunca tuve tentación más fuerte que la de apoderarme del lapicito. La lucha fue violenta hasta que logré prohibirme lo que entonces me parecía un robo que toda mi vida me he arrepentido de no haber perpetrado.

Ref. Revista Zig-Zag, pág. 50, junio o julio de 1948. Gustavo Labarca Garat. Palabra de Soro, texto 49.

Fragmento 11

Soro, con 63 años a cuestas, plateada peinada a los lados, romántico lazo en el cuello, y semblante jovial y bondadoso, recibió la visita de ERCILLA…
Todavía no sabe qué inversión le dará a los cien mil pesos.
A los cinco años manifesté una fuerte inclinación por la música, cuenta. Me venía por herencia, pues mi padre, de nacionalidad italiana, era pianista y compositor. Estuvo en Argentina, donde se captó la amistad del General Mitre, a quien le compuso la “Marcha Triunfal”. Por su salud se vino a Chile, y en Concepción conoció a la que debería ser mi madre.
Mi aprendizaje comenzó a los cinco años y mi primera profesora fue la señorita Clotilde de la Barra. Después fue mi maestro el profesor italiano Domingo Brescia, quien, tras un año de clase le dijo a mi madre (mi padre ya había muerto). “Este niño está perdiendo el tiempo aquí, debe irse a Santiago y pedirle al Gobierno que lo envíe a Europa”.
A la edad de 12 años me trajeron a Santiago, y me llevaron a la casa de varios hombres prominentes de entonces para que les mostrara mis aptitudes. Toqué, así en casa de don Ventura Blanco, de don Pedro Montt, de don Domingo Amunátegui y del senador don Ramón Ricardo Rozas. Este último presentó un proyecto al Senado para enviarme a Europa, con un ítem especial en el Presupuesto. Fui enviado a París y, luego a Milán.

Ref. Revista Ercilla, 22 de junio de 1948. Hernán Millas. Palabra de Soro, texto 48

Fragmento 12

– Sí, fue a los cinco años – nos dijo contestando a una insinuación nuestra – cuando compuse mi primera obra: el Niño tunante, un vals descriptivo que ejecutaba poco después en un concierto de caridad; y recuerdo que apenas podía alcanzar el teclado, porque preferí tocar de pié, a fin de poder utilizar el pedal con el cual podía sacar efectos que me encantaban.

Ref. Diario El Heraldo de Curicó, 1917. Héctor Melo. Palabra de Soro, texto 12.

Fragmento 13

Uno de los obsequios que he traído y acariciado con mayor ternura es un grabado en cobre que mi viejo había dejado como recuerdo a la familia Allais, que tuvo la feliz ocurrencia y delicadeza de obsequiármelo.

Ref. Diario Argentino sin referencia, 29 de octubre de 1917. Palabra de Soro, texto 14.

Fragmento 14

Estreché su mano blanda, de muchacho regalón, y tomé asiento. Soro sonreía con liviana sonrisa de inofensiva ironía íntima; parecía divertirlo la tortura próxima de mis preguntas. Hoy que oficialmente ocupa un puesto, de hecho desempeñado desde años atrás, no fuerza su exterior hacia una presentación más o menos decorativa; es el mismo Soro que, aparentemente, y para quienes no lo conocen parece hinchado de fatuidad, pero cuyo espíritu, no muy difícil de abordar es sólo el de un buen chiquillo jovial amigo de la sencillez amante de los chistes que esparce (¿buenos?) (¿malos?) con fastuosa prodigalidad.

Ref. Diario sin identificar, 1919. Fernando. G. Oldini. Palabra de Soro, texto 24.

Fragmento 15

Recuerdo los veranos que pasábamos con el tío Enrique, mi abuela, mi mamá y mis hermanos en un fundo que se llamaba Chinquio, en Puerto Montt y donde él se sentaba todas las mañanas en un escritorio con vista al Canal de Tenglo a escribir música. Ahí escribió los Aires Chilenos. Me impresionaba mucho verlo escribir en unas hojas con varios pentagramas lo que tenía que tocar cada instrumento y de memoria, pues no disponía de ningún instrumento. Sería esto el año 1942, cuando yo aún no cumplía los 11 años.
Para ir a Puerto Montt no existía camino para auto aún, se iba en lancha. Íbamos a Misa los domingos a la Catedral, siendo obispo en ese momento Monseñor Munita Eyzaguirre. Llegábamos a la Catedral y el tío Enrique subía al coro e improvisaba en el órgano, en el Ofertorio subía mi abuela y cantaba un Ave María. Puedes figurarte la sorpresa de los feligreses… A la salida se saludaba con el Obispo quien se quejaba que le había “distraído a la feligresía y a él mismo, y que nadie sabía qué había predicado…”. El tío Enrique conocía a mucha gente en Puerto Montt, entre la que se contaba a miembros de familias alemanas aficionadas a la música que lo invitaban, como Margarita Friedemann y la Familia Weil.

Ref: De conversaciones con Elsa Gardeweg Baltra de K. Oct. 2010

Fragmento 16

…en esas reuniones en casa de mi abuela [Cristina Soro Barriga], tocaba muy serio, y de repente cambiaba a un ritmo de jazz para desconcertar a los oyentes, era bueno para improvisar y chacotear con la música, cambiaba los tiempos, los tonos, para ver como reaccionaban los que estábamos oyendo o acompañando. Además era palomilla, bueno para la talla y la broma.

Ref: De conversaciones con Elsa Gardeweg Baltra de K. Oct. 2010

Fragmento 17

Negrita mía!
Más que nunca he sentido ahora separarme de ti encantito lindo, preciosa.
Esta noche te escribiré una cartita para probarte que cada minuto me acuerdo de ti, amorcito mío, mil besitos de tu Enrique.

Ref. Postal enviada por Enrique Soro a Adriana después de haberse enamorado de ella en el verano de 1921. La postal lleva en el ángulo superior derecho la exclamación ¡10.000. 000 de claveles! Está fechada el 14 de abril de 1921. Según revista Zig-Zag del 14 de mayo de 1921 la boda se celebró en Concepción el domingo 15 de mayo. Arch. FES.

Fragmento 18

Wagner es en mi concepto el músico más completo; lo adoro, sobre todo en sus últimas obras, encontrándolo muy melódico. El snobismo latino quiere despreciar a los melódicos, llamándolos anticuados e italianos, cuando la melodía fina es muy hermosa. Quienes han seguido a Wagner han fracasado por querer tomar otro camino del que su intuición les nazca. El compositor debe ser ante todo muy sincero.
Creo que triunfarán los que se mantengan un paso atrás viendo hacia el clasicismo, porque los ultra no hacen sino rebuscar perdiendo su sinceridad. Debemos emplear nuevas formas, pero no deformar.

Ref. Diario El Universal Gráfico de México, 21 de julio de 1922. Manuel Sierra Magaña. Palabra de Soro, texto 32.

Fragmento 19

– Buenos días… ¡cómo está usted! Adelante…
– Buenos días, señor Soro – respondimos. El maestro había aparecido de repente por una puerta lateral. Entablamos una conversación cordial. Venía vestido con un traje claro y sus ademanes eran francos y obsequiosos.
– Veníamos por la entrevista que usted nos prometiera anoche.
– ¡Encantado!, pues. Si gusta, puede disparar.
Abría los brazos y gesticulaba. En sus movimientos casi rítmicos, había una actitud de director frente a una Sinfónica, porque echaba el busto atrás, y deslizaba las manos por el aire en un afán de música, modulándose según las fases de la intensidad de sus recuerdos.
¡Y cuál fue su mayor satisfacción en Italia?
– Cuando en la Scala de Milán me hicieron salir a escena catorce veces, por la música del “Andante Appassionato”. Los nervios me palpitaban y el corazón mío se atropellaba; entretanto, recordaba a mi Chile. Usted no se imagina cuanto aprecio yo a mi patria. A pesar de los disgustos que muchas personas me han ocasionado.
– ¿Verdad que usted ha sido muy combativo? ¿No?
– Si, y bastante. He tenido muchos enemigos. Pero, ya están perdonados. Si bien es cierto que me han hecho males irreparables. Bueno…, pero, como le decía, aquella vez… ¡ah!
– ¿Usted ha sentido amor por la política?
– Jamás. El artista se debe a su arte.
Pero, quedamos comprometidos para una próxima entrevista. El es un hombre para una o más páginas. En su tipo clásico de músico romántico, amante de la música de Wagner, Soro es una personalidad cotizada en todas las capitales extranjeras.

Ref. Revista Vea n° 67, 1940. Palabra de Soro, texto 44

Fragmento 20

– ¿Alguna anécdota?… Estaba en Milán cuando fui invitado a unas vacaciones. Era la época de la juventud y de la ilusión. Y del amor. Una noche soñé con cierta persona que conocí allá y en sueños compuse una obra apasionada. Desperté. Eran las tres de la mañana. Inmediatamente me puse a escribir la música. Fue una sola plumada. Pero el dueño de casa, alarmado al oír mis pasos, mandó a saber si me sentía mal. Al día siguiente me senté al piano y arreglé la obra. Así nació el “Andante Appassionato”.

Ref. Diario Las Últimas Noticias, 10 de diciembre de 1931. Palabra de Soro, texto 40

Fragmento 21

Conversar con una persona culta y de especial refinamiento artístico, respecto de sus impresiones recogidas en un viaje por el extranjero, no es, sin dudas, tarea corta, mucho más cuando ese espíritu no sólo comunica el bagaje de novedades que trae consigo sino que las aprovecha de una manera personal y sugerente para revestirlas de un ropaje múltiple y seductor ideado por su temperamento original.

Ref. Por la ubicación deducimos que corresponde al año 1923. No hay más información. Palabra de Soro, texto 33.

Fragmento 22

A una pregunta nuestra – el señor Soro nos responde lleno de emoción – desde que me retiré de la Dirección del Conservatorio de Música, al que dediqué los mejores años de mi carrera artística, he escrito varias páginas musicales aún desconocidas por el público de mi país. – He vivido durante estos últimos tiempos sólo dedicado a mi hogar y a mi arte.- Junto a ellos he olvidado momentos que más vale no recordar.

Ref. Diario Las Últimas Noticias del 2 de septiembre de 1929. Palabra de Soro, texto 38.

Fragmento 23

“Las clases de Soro fueron de 1917 en adelante, seguimos el libro de Reber punto por punto los ejercicios del maestro, a los que añadió los odiosos bajetes de Fenarolli, progresiones monótonas que sólo abandoné al principiar el estudio de Contrapunto. Soro sabía de verdad, su formación en el Conservatorio de Milán le había valido grandes distinciones. Era estricto cazaba quintas y octavas – visibles u ocultas – con una oído certero. La música debía estudiarse en un riguroso orden de materias: armonía, contrapunto y fuga, y sólo entonces abordar lo que denominaba Alta Composición, ramo para mí lleno de reservados misterios. No me hizo jamás analizar obras; cosa increíble.

Ref. Mi Vida en la Música. Domingo Santa Cruz W. pág. 53.

Fragmento 24

Hace algunas noches, en una de las casas más aristocráticas y más distinguidas de esta ciudad, y en donde más amablemente se recibe a las relaciones, conocí un artista, un niño, que concurría con su señora madre a objeto de dar a conocer sus dotes de pianista.
Era un bebé. Tenía en la fisonomía ese no se qué indefinible, esas palideces prematuras con que el beso del numen parece marcar a los elegidos.
Ejecutó aquella noche algunos trozos con general aplauso, pero era fácil adivinar que el recién venido iba venciendo numerosas resistencias.
Apenas concluido un trozo clásico, un trozo brillante, lleno de sentimiento y de unción, los concurrentes pedíamos un vals y lo bailábamos sin detenernos a aquilatar las excelencias de la ejecución, la cadencia exquisita del compás, el sentimiento de que iban revestidas esas notas bulliciosas las unas, discretas, intencionadas y sugestivas las otras.
Parecíame advertir que el pichón de artista conceptuaba rebajada, empequeñecida, degradada su profesión, mientras ejecutaba esos deliciosos valses que nosotros bailábamos alegremente.
Sin embargo, el talento logró imponerse, logró dominar por sobre la insonviance [sic] risueña de aquellas parejas de jóvenes; unos primero, otros después fuimos desertando todos del baile y rodeando el espléndido piano, de cuya caja pulida y luminosa se escapaban a torrentes las notas, como alegres y argentinas carcajadas, como una bandada de alondras, como una cascada sonora y vibrante.
¿Quién es? le pregunté al dueño de casa, hablando sin alzar la voz.
Soro, me respondió en el mismo tono.
Y cuando el artista, el niño, dio el último golpe al teclado, un golpe vigoroso, que ponía término a una ondulación de armonías llenas de sentimiento, pareció que hubiéramos despertado todos de improviso y una salva de aplausos – acaso los primeros que saludan la carrera de triunfos de un gran artista – se dejó oír unánime y espontánea.

Ref. Diario vespertino La Tarde, “Una Audición”, c. 1897. Arch. FES

Fragmento 25

Por familia, ha heredado del padre la fecunda y exuberante inspiración artística, y la distinguida señora que le ha dado el ser, ha transfundido en él, formándole el carácter, esa contracción al estudio, esas ideas morales, esos hábitos de orden y de dignidad personal que ha de sacarlo airoso de todas las luchas de la vida y por la vida.

Ref. ARS, a Enrique Soro, diario El Sur de Concepción, 1900. Romildo Colombo. Arch. FES.

Fragmento 26

Su Romanza sin Palabras impresiona desde la primera audición. Es una composición moderna de efectos legítimos y no rebuscados; tiene un sello personal que caracteriza al autor y revela un talento apasionado, nervioso y sus notas llegan al alma…

Ref. ARS, a Enrique Soro, diario El Sur de Concepción, 1900. Romildo Colombo. Arch. FES.

Fragmento 27

Ninguno de los asistentes al concierto del domingo ha podido sustraerse a la idea de que cada una de las bellísimas composiciones ejecutadas no fueran la obra de un joven que termina apenas sus estudios, sino de un viejo maestro, experimentado en todos los resortes del arte musical.
El joven compositor tiene ya su estilo propio, lo que constituye una revelación de su talento genial: la frase es siempre elevada, sentida, grave, dominada a veces por una nerviosidad grandiosa. Así pudimos contemplarlo en la Danza Fantástica, en que los destellos del genio pareció que impresionaban a los mismos ejecutantes.

Ref. Diario El Sur de Concepción, domingo 18 de junio 1905. Enrique Soro viene recién llegando al país de un viaje que había iniciado en 1898 en Talcahuano.

Fragmento 28

“Finalmente llegó la última parte, la Improvisación. El maestro pidió a la concurrencia un tema cualquiera. Un caballero le dio uno: Adiós, mi vieja casita, de una canción popular alemana. El maestro deletreó por decirlo así la frase musical y se lanzó en seguida a improvisar la más brillante composición sobre el tema. Repetido en todos los tonos, en todas las escalas, bajando hasta un pianísimo que parecía un susurro, terminó en un crescendo formidable que hizo prorrumpir a la concurrencia en una ovación colosal, muestra de admiración y de entusiasmo por aquella verdadera proeza de inspiración artística y de técnica musical juntamente.”

Ref. Recorte de diario sin identificación (ca. 1917). Libro II (pág. 15). Arch. FES.

Fragmento 29

“Antes de ejecutar el señor Soro el “¡Ay, si no puedo!”, improvisación en Tempo di Gavota, manifestó que creía del dominio de sus oyentes la historia que había dado origen a esta composición. De uno de los palcos contestó una dama que no conocía tal historia, lo que motivó la siguiente explicación del autor:
“Me encontraba veraneando en Tomé y fui invitado a una reunión donde había un buen número de personas. Se le rogó a una señorita que tocara la guitarra, a lo cual ella accedió después de repetidas excusas, pero apenas tomado el instrumento, dijo repetidas veces “¡Ay, si no puedo!”. Entre los concurrentes había también un señor a quién apodaban “el coquetón”. Como se me rogó insistentemente que tocara, hice una improvisación, imitando las frases de la señorita y el apodo del caballero. […] Terminó la velada con improvisaciones que hizo el señor Soro sobre la canción de cuna Hace tuto guagua. Hizo dibujos y filigranas de muy buen gusto con este tema tan popular.”

Ref. Recorte de diario sin identificación, firmado por Valsy. Libro II (pág. 6). Arch. FES.

Fragmento 30
– El Conservatorio de Música no es, como erróneamente creen muchos, un criadero de genios. El genio nace. La educación no hace sino desarrollar sus condiciones enseñándoles la ciencia de su arte. Pero, desgraciadamente, los genios no se encuentran a cada paso; estos seres privilegiados son producto de una época y nace por lo general uno solo en cada siglo. La misión principal del Conservatorio, es pues, la formación del obrero del arte. Obreros que conozcan su oficio, capaces de poder ejecutar las obras de los grandes genios y formar las nuevas generaciones que han de reemplazarlos.”

Ref. ZigZag, 14 de mayo de 1927. Palabra de Soro, Texto 37

Fragmento 31

En la primavera pasada [año 1920] nuestro querido amigo don Enrique Soro planeaba una sinfonía. […] Veraneando en Coronel trabajaba hasta diez horas diarias sobre su gran partitura [se refiere al verano de 1921]. Es verdad que lo estimulaba una fuerza potente, lo dijimos antes: el Amor!

Ref. El Mercurio 5 de mayo de 1921. Arch. FES
Nota: A fines de 1920 conoció en Concepción a la joven Adriana Cardemil Fuenzalida quien cursaba el último año del liceo. De este encuentro feliz nació el impulso definitivo para que Soro terminara una de sus obras mayores, a saber, la Sinfonía Romántica en La Mayor.

Fragmento 32

Sus maneras suaves, la benevolencia de su carácter, su rectitud y pureza de intenciones, le han conquistado el cariño de todo el que lo trata, especialmente de sus alumnos y alumnas.

Ref. Revista Sucesos, año XXIII, n° 1186, del 18 de junio de 1925.

Fragmento 33

– Y ahora díganos cuál es su hobby.
– Yo no comprendo en que reside la explicación de mi manía, pero es el hecho que no puedo ver un cuadro torcido – mira alrededor de la estancia. – Ya ve Ud., aquí, todos están perfectamente verticales. Pero es que tengo que enmendar diariamente los descuidos de la criada. Ella sacude y desarregla. Yo me levanto y enderezo los cuadros. Si estoy de visita en casa ajena, mientras llegan a recibirme, me dedico a enderezar los cuadros. ¡Cuántas dueñas de casa no tienen que agradecerme este pequeño favor!… Pero es que no puedo permanecer tranquilo ante un cuadro torcido. Es imposible. Es mi hobby…

Ref. De una entrevista realizada a Enrique Soro por el diario Las Últimas Noticias, de Santiago el 10 de diciembre de 1931.

Fragmento 34

¡Qué opina sobre el estado actual de la música en Chile?, le preguntamos.
Que está en una manifiesta decadencia, en lo que se refiere a la composición, ya que el modernismo ha menester gran talento colorista, imaginación técnica poli cromática y alto sentido estético. Los compositores nacionales que han invadido este campo, están en general poco preparados y carecen del fuego sagrado de la inspiración. El modernismo agrada y seduce en manos de un Debussy y de un Ravel; pero en manos de seres imitadores, que no poseen ni la técnica, es excusado decir, que no constituye un arte dignificador. Es caricatura y nada más que caricatura.

Ref. Durand, Georgina. Mis Entrevistas, Editorial Nascimento. 1943.

Fragmento 35

“No es la originalidad lo que más vale en el arte; hay tantos que pueden hacer cosas raras, pero sin importancia. Es la personalidad, ese filtro individual que tiñe específicamente los temas, aunque sean conocidos, prestándoles el sello diferencial. Hay un estilo Soro, y esto es mucho conseguir en el arte”

Ref. De una entrevista a Alfonso Leng en diario El Mercurio de Santiago, 31 de mayo de 1943.