De los orígenes de ¡Viva, La Tarde! (1897)

Descontando las piezas compuesta en su niñez en Concepción alrededor de 1890, esta debiera ser considerada la primera obra de Enrique Soro de cierta trascendencia. Todo lo que sabemos hoy de ella nos ha llegado a través de artículos de prensa de la época, entre ellos El Sur de Concepción y La Tarde de Santiago, entre otros. Textos que se han conservado en el Archivo de la Fundación en dos empastes de recortes que Soro reunió y cuidó durante toda su vida.

Se sabe Pilar Barriga viajó con su hijo Enrique a Santiago a fines de 1897 con la idea de que importantes músicos (entre ellos Pedro Traversari, Enrique Marconi y Vicente Morelli) y políticos (entre ellos Ventura Blanco y Pedro Montt) de la capital, conocieran el talento y preparación musical de su hijo y así reunir fundamentos que dieran respaldo a la solicitud de una beca al gobierno, para que este pudiera perfeccionarse en Europa. Si bien finalmente la beca le fue otorgada, hay que destacar la gestión realizada por el Senador Ramón Ricardo Rozas para que esto ocurriera.

Así, mientras en el Senado se discutía el tema de la beca, Pilar acompañaba a su hijo por distintos salones de la capital. Conocemos lo ocurrido en uno de ellos ya que fue comentado en el diario La Tarde (1897, pero sin fecha precisa) por un miembro de su directorio, de la siguiente manera:

Una Audición. Hace algunas noches en una de las casas más aristocráticas de esta ciudad, y en donde más amablemente se recibe a las relaciones, conocí a un artista, un niño, que concurría, con su señora madre a objeto de dar a conocer sus dotes como pianista. Era un bebé. Tenía en la fisonomía ese no sé qué indefinible, esas palideces prematuras con que el beso del numen parece marcar a los escogidos. Ejecutó aquella noche algunos trozos con general aplauso, pero era fácil adivinar que el recién venido iba venciendo numerosas resistencias. Apenas concluido un trozo clásico, un trozo brillante, lleno de sentimiento y de unción, los concurrentes pedíamos un vals y lo bailábamos sin detenernos a aquilatar las excelencias de la ejecución, la cadencia esquisita del compás, el sentimiento de que iban revestidas esas notas bulliciosas las unas , discretas, intencionadas y sujestivas las otras. Parecíame advertir que el pichón de artista conceptuaba rebajada, empequeñecida, degradada su profesión, mientras ejecutaba esos deliciosos valses que nosotros bailábamos alegremente. Sin embargo, el talento logró imponerse, logró dominar por sobre la [palabra ilegible] risueña de aquellas parejas jóvenes; unos primero, otros después, fuimos desertando todos del baile y rodeando el espléndido piano, de cuya caja pulida y luminosa se escapaban a torrentes las notas como alegres y argentinas carcajadas, como una bandada de alondras, como una cascada sonora y vibrante.

  • ¿Quién es? le pregunté al dueño de casa. Hablando sin alzar la voz.
  • Soro, me respondió en el mismo tono

Y cuando el artista, el niño, dio el último golpe al teclado, un golpe vigoroso, que ponía término a una ondulación de armonías llenas de sentimiento, pareció que hubiéramos despertado todos de improviso y una salva de aplausos –acaso los primeros que saludan la carrera de triunfos de un gran artista- se dejó oír unánime y espontánea.

  • ¿Soro, ha dicho usted? Le pregunté al dueño de casa apenas se apagó la ráfaga de aplausos; ¿y quién es él?
  • Ya lo ve usted, un adolescente que va acaso a ser una gloria nacional. Hay presentada una solicitud al Congreso para que se le envíe a Europa por cuenta del Gobierno. Nada más justo. Yo la votaré, creyendo cumplir un deber y conquistar acaso, para el país, una verdadera notabilidad. No sé si he dicho que el dueño de casa es senador de la República. [Conjeturamos que este senador bien podría ser don Ramón Ricardo Irarrázabal]. Así conocí yo al artista. Al despedirnos le estreché la mano con calor y le rogué que pasara a verme a la imprenta de La Tarde [conjeturamos que quien habla debe ser una persona importante ligada al directorio del diario La Tarde]. Al día siguiente lo tenía de visita. Verdaderamente, yo mismo no sabía con qué objeto le había hecho venir. Era, quizá, el íntimo deseo de felicitarlo, de alentarlo, de contribuir, aunque solo fuese con un apretón de manos, a empujar hacia el porvenir y hacia la gloria a ese maestro en ciernes. ¡Son tan pocos los estímulos que encuentra el talento en esta aldea en que vivimos; son tantas las preocupaciones, tantos los obstáculos, tan ásperos, tan largas y tan solitarias las jornadas, para el que no nace rico!…

Luego, acordándome de que el Directorio de La Tarde se proponía obsequiar a sus nuevos suscriptores algún recuerdo de año nuevo, un calendario, un libro, una página de música, propuse a Soro que me escribiera para ellos algunas líneas sobre un motivo nacional, sobre algunos de esos aires populares que andan por ahí errantes, que han brotado como las flores del campo, que no tienen autor conocido, que son característicos de todas las naciones y que pueden a veces inmortalizar a quien logra aprisionarlos en una página escrita. Tal parece haber sido el mérito de Mascagni, que seleccionó en su Cavalleria Rusticana los más sentidos aires sicilianos.

Soro aceptó. Seis días hace dejó sobre mi mesa la partitura. Era una zamacueca.

Había ya olvidado la obra y el maestro, cuando una mañana me vino la inspiración de llevar al Almacén de Música de los señores Kirsinger aquellas hojas –ilegibles para mí- donde las notas dormían, esperando como en el arpa de Becker. Dejé a los señores Kirsinger la composición y convine en volver al siguiente día a informarme.

Hoy ha tenido lugar la audición de la pieza escrita, por el niño artista, para La Tarde.

Se encontraban presentes, entre otros, tres notabilidades de nuestro mundo artístico: el maestro Dunkel, don Marcial Martínez de F., el maestro Huguel y otros. También algunos de nuestros amigos. El señor Dunkel ejecutó en el piano la composición, y desde el primer momento convinieron todos en que el autor era una verdadera notabilidad musical. La introducción principalmente, es un trozo acabado y admirable. […] La Tarde ha encargado a los talleres de don Eduardo Cadot, que son los mejores del país, la impresión de este trozo inspirado y feliz. Larroche y Fauré, ilustrarán la primera página. Uno de nuestros colaboradores se ha hecho cargo de la letra.

Los suscriptores de La Tarde recibirán, pues, este año, un obsequio artístico de gran mérito y nuestro diario habrá tenido la rara fortuna de dar a conocer un artista que es una gran esperanza, y al cual nuestro gobierno hará bien en abrir el camino de los triunfos y del arte.” [firmado por A. Déster]

Notas:

1.El diario vespertino La Tarde fundado en 1897 por los hermanos Galo y Alfredo Irarrázabal Zañartu, se mantuvo vigente hasta 1903. Según Wikipedia sería “el primer jalón al movimiento modernizador de la prensa chilena”.

2.De la prensa de la época sabemos que esta obra, además de escucharse privadamente fue presentada por su autor (estreno mundial) en el Club de la Unión de Santiago (fin de 1897, sin fecha precisa). He aquí lo que señaló el diario La Tarde en uno de sus ejemplares:

Ayer noche, en el Club de la Unión, se dejó oír, ejecutando en el piano trozos escojidos, el joven artista nacional señor Soro, acerca del cual hemos a los lectores de la Tarde dado noticias en otras ocasiones. […]

Los socios de esta respetable institución habrían sido invitados de antemano a esta audición y acudieron en gran número. Entre los concurrentes pudimos notar a algunos de los señores Ministros de Estado, senadores, diputados, hombres de letras y personas de las más distinguidas de nuestro mundo social. […]

Los socios del Club de la Unión le pidieron ayer, por tres veces, que repitiera la hermosísima zamacueca que el señor Soro ha compuesto con el título de “¡Viva, La Tarde!” y que actualmente se imprime en los grandes talleres de don Eduardo Cadot. Los más nutridos aplausos acojieron ese escojido trozo musical que está llamado, según la opinión de los tres maestros que asistieron a su primer ensayo, a dar la vuelta al mundo. También ejecutó el joven Soro, unas dificilísimas variaciones del Trovador, con solo la mano izquierda.

3.La obra se comercializó en los almacenes de música Kirsinger y luego de que el Sr. Eduardo Cadot comprara los derechos de esta, envió varios ejemplares a Europa.

4.El diario La Tarde publica un artículo firmado y fechado el 1° enero de 1898, por el abogado y diplomático chileno, donde se expresa así respecto de la obra:

“Basta una rápida lectura de los ocho compases de introducción, que preceden al tema de canto, para convencerse de que el autor posee inventiva a la vez que buenos principios de armonía y contrapunto. Ha logrado con naturalidad y convicción, apropiarse el sentido rítmico de la zamacueca, y sin alterar la sencillez propia de las armonías primitivas, les presta el interés de un pequeño desenvolvimiento de excelente efecto.

El dibujo del acompañamiento en su monotonía propia de los aires populares de Chile, está perfectamente creado, y ese compás de 6/8 interpreta fielmente el ritmo de la zamacueca. Solo abrigamos el temor de que la ejecución técnica sea algo difícil para la mayoría de los ejecutantes.

¡En Chile se descuida tanto el estudio del piano! Afortunadamente, el señor Soro ha cuidado de agregar un acompañamiento facilitado, que no puede ser más sencillo. ¡Mucho éxito, pues, a la zamacueca de La Tarde!

 

Roberto Doniez Soro
Fundación Enrique Soro
Concón, junio 2021